viernes, 4 de noviembre de 2011

Vivos de Milagro

A lo largo de la historia de la aviación se han dado varios casos de personas que han sobrevivido milagrosamente a caídas desde miles de metros de altura. El récord lo tiene la azafata yugoslava Vesna Vulovic, que en 1972, y después de que una explosión (cuyo origen todavía se desconoce) destruyera su avión, cayó desde 10.000 metros y vivió para contarlo. Vulovic se mantuvo dentro de un fragmento de la cola del aparato, pero también se conocen casos de otros tripulantes que se vieron obligados a saltar de sus aviones sin paracaídas a kilómetros de altura y que sobrevivieron al salto.

Durante la Segunda Guerra Mundial hubo al menos tres de estos casos, que ahora mismo me dispongo a contar:

--- El primero de ellos es el del teniente de la Fuerza Aérea Soviética (VVS), Ivan Mijailovich Chisov, piloto de un bombardero bimotor Ilyushin Il-4.

Un día de enero de 1942, la formación de bombarderos en la que volaba el aparato de Chisov fue atacada por cazas alemanes. Su avión resultó alcanzado y dañado gravemente y el piloto ruso se vio obligado a saltar a una altura de 6.700 metros. Como la lucha continuaba en torno a él, decidió no abrir el paracaídas hasta quedar por debajo del nivel de los combates, por miedo a que algún caza germano abriese fuego sobre él al ver el paracaídas. Lo único que pretendía era dejarse caer hasta quedar fuera de la vista de los cazas, pero a consecuencia de la altura perdió el conocimiento mientras caía y no pudo tirar de la cuerda de apertura del paracaídas.

Milagrosamente Chisov sobrevivió a la caída. Aterrizó en una pendiente cubierta de nieve, a una velocidad aproximada de entre 120 y 150 km/h y luego se deslizó rodando hasta el fondo. Veinte minutos después, tras recobrar el conocimiento comprobó que tan sólo había sufrido lesiones en la columna y que se había fracturado la pelvis, dolencias de las que se recuperó 3 meses y medio después.

--- La siguiente historia la protagoniza el norteamericano Alan Eugene Magee, quien servía como artillero en un bombardero B-17 Flying Fortress de la USAAF apodado por su tripulación "Snap, Crackle & Pop".

El 3 de enero de 1943, mientras volaba en una misión de bombardeo diurno sobre el puerto francés de Saint Nazaire su avión fue alcanzado por los cazas de la Luftwaffe, perdiendo su ala derecha y comenzando a caer en espiral. Cuando Magee, herido, logró salir de su torreta de artillero se encontró con que su paracaídas estaba completamente destrozado. Aún así, decidió saltar sin él desde una altura de 6.700 metros, como Chisov. Y al igual que el piloto ruso, durante la caída también perdió el conocimiento.

El artillero yankee cayó sobre el techo de la estación de ferrocarril de Saint Nazaire, cuya estructura, de aluminio y vidrio, se flexionó y amortiguó su caída lo suficiente como para que Magee pudiese sobrevivir al golpe, aunque sufriendo múltiples heridas: además de las causadas por la caída, tenía múltiples quemaduras y trozos del fuselaje del avión incrustados en su cuerpo. Su brazo derecho estaba prácticamente amputado, tenía daños renales y heridas en un pulmón, los ojos y la nariz. Fue capturado por los alemanes y liberado al terminar la guerra.

--- El tercer caso, sin duda el más conocido, es el del sargento británico de la Royal Air Force (RAF), Nicholas Alkemade, artillero de cola en un bombardero Avro Lancaster llamado "S for Sugar".

La noche del 23 al 24 de marzo de 1944, de regreso de una misión de bombardeo sobre la cuenca del Ruhr, su formación se vio envuelta en un combate con aviones Ju-88 alemanes. El bombardero de Alkemade fue alcanzado y comenzó a caer envuelto en llamas. Cuando el sargento pudo salir de su torreta de artillero (como la de la foto de aquí abajo) vio que su paracaídas se encontraba ardiendo. A pesar de eso, aunque estaba a una altura de 5.500 metros, prefirió saltar al vacío que morir abrasado dentro del aparato. El artillero cayó sobre un bosque de pinos, y tuvo la suerte de que las ramas de los árboles fueron amortiguando la caída hasta que aterrizó encima de una espesa capa de nieve. Cuando recuperó el conocimiento, comprobó que no tenía ninguna herida grave: únicamente sufría una fuerte torcedura en su rodilla derecha, además de magulladuras, roces y quemaduras leves.

Los alemanes lo encontraron y lo capturaron prisionero, pero no dieron crédito a su increíble historia. Una vez recuperado de sus heridas fue conducido al campo de prisioneros de Dalag Luft, cerca de Frankfurt, donde la Gestapo le sometió a interrogatorios para que confesase la verdad. Sus captores estaban plenamente convencidos de que se trataba de un agente infiltrado en la retaguardia y el castigo para los espías era el pelotón de fusilamiento. Pese a las amenazas, Alkemade seguía defendiendo que había sobrevivido a un salto desde 6.000 metros, lo que acabó por desesperar a sus interrogadores.

Sin embargo, cuando su suerte parecía echada, la fortuna de nuevo le sonrió, pues llegaron noticias de que había sido hallado restos del fuselaje del "S for Sugar". Si los alemanes querían comprobar la veracidad de su historia, tan sólo tenían que ir hasta allí y buscar los restos del paracaídas al lado de la torreta del artillero cola (suponiendo que éste no se hubiera quemado por completo). Pese a la insistencia de Alkemade, los alemanes se negaron a prestar la más mínima credibilidad a su historia y a acudir a revisar el bombardero.

Afortunadamente para él, un teniente llamado Hans Feidel decidió desplazarse a los alrededores de Berlín para inspeccionar los restos del Lancaster. Para su sorpresa, junto a la posición del artillero de cola, estaban los restos de un paracaídas, por lo que Feidel regresó rápidamente a Dalag Luft y allí compararon los correajes del paracaídas con los del traje de vuelo de Alkemade. Ambos coincidían, así que el británico había dicho la verdad. Los técnicos de la Luftwaffe, incrédulos, llevaron a cabo todo tipo de comprobaciones y todas llevaban a un mismo punto; la hazaña del aviador era cierta. A partir de ese momento, los mismos alemanes que habían tratado al sargento como un espía pasaron a considerarle como un héroe.

Sus compañeros de cautiverio, que tampoco le habían otorgado demasiada verosimilitud a la historia, lo convirtieron desde entonces en un mito viviente. Convencidos de que Alkemade, cuando regresase a Gran Bretaña, tendría que enfrentarse a la incredulidad de sus compatriotas, decidieron escribir en las tapas interiores de una biblia una declaración firmada por el teniente H. J. Moore, el sargento R. R. Lamb y el sargento T. A. Jones, dando fe que su extraordinaria historia era totalmente cierta, y que decía así:

"Dalag Luft, 25 de abril de 1944: Las autoridades alemanas han investigado y comprobado que las declaraciones del argento Alkemade, 1.431.537 de la RAF, son ciertas en todos sus aspectos. Realizó un descenso de 6.000 metros sin paracaídas, al haber ardido en el interior del avión, y llegó a tierra sin sufrir heridas de importancia. Cayó en la nieve después de amortiguar su caída gracias a unos abetos".

Alkemade regresó a su país en mayo de 1945, concediendo una multitudinaria rueda de prensa en Londres para explicar los detalles de su increíble experiencia. Pese a ser un tratado como un héroe, después de la guerra tuvo que trabajar en una fábrica de productos químicos, donde por tres ocasiones más logró esquivar a la muerte.

En una ocasión, una viga de acero de más de 100 kgs de peso cayó sobre él. Rescataron su cuerpo de debajo de la viga, creyendo que estaba muerto, pero se quedaron perplejos al comprobar que, aunque estaba inconsciente, tan sólo presentaba una pequeña herida en la cabeza de la que se restableció al poco tiempo. En los años siguientes sufrió otros dos accidentes de trabajo que estuvieron a punto de acabar con su vida: sufrió quemaduras con ácido sulfúrico, de las que también pudo restablecerse, y más tarde recibió una descarga eléctrica que le hizo caer en un depósito de cloro, donde respiró sus gases durante casi un cuarto de hora, pero fue rescatado a tiempo. Ninguno de estos tres accidentes pudo acabar con él.

Sin duda, un tipo con suerte, al que la muerte sólo pudo llevárselo en 1987, a los 64 años de edad.

1 comentario:

fiona dijo...

Joder, va a ser verdad eso de que algunos nacen con estrella...

1besico!